Y te encuentras con tus amigas...
¡y viene un chico nuevo!
Y calientas.
Te estiras.
Te miras en el espejo con dos coletas despeinadas y te da igual.
Descubres que unos ojos pueden hechizarte a tí misma.
¡Y son los míos!
Te colocan el cuello.
Te tensas.
Te tiemblan las piernas.
Te ríes.
Te tiemblan más las piernas y crees que te vas a caer.
Africanas de cadera y de pecho (¡no me salen!).
Tengo que ensayarlas en casa.
¿Qué me suba la camiseta?
Te ríes más.
Intentas hacer vueltas como la profe, y claro, no te salen ni de coña.
Te corrigen.
Memorizas.
Das más vueltas.
Te vuelven a corregir.
Dios, memoricé mal.
¡Qué dolor de cuello!
Me miro en el espejo.
Y me sonrío...
Esto marcha, las baterías suben...
y mañana no me podré mover.
¡Fantástico!
P.D.: Ayer sonó una canción que siempre recordaré de mi primera clase de danza del vientre...¡Qué fuerte! La cadera, en esos momentos, no se puede sujetar porque cobra vida sola...y agradece,desde lo más profundo de su ser, cada segundo que baila.